lunes, 1 de agosto de 2011

Matrimonio, un invento Burgués

El matrimonio tal y como se concibe en la actualidad, es una herencia de culturas europeas.

Es un modelo que compromete a una pareja a conjugar elementos muchas veces incompatibles. Esperar del matrimonio amor, deseo y una familia feliz es casi pedir lo imposible. Pero ésa es una expectativa moderna y nació de una realidad económica.


Ninguna de las emociones que esperamos encontrar en un matrimonio moderno son inusuales.

Aparecen bien descritas en el arte y la literatura de todas las culturas y eras. Lo que hace el matrimonio moderno extraordinario es la ambición de que todas las emociones deben ser disfrutadas durante toda la vida con la misma persona.

Los trovadores de la Provenza del siglo XII tenían una percepción compleja del amor romántico que incluía el dolor generado por la visión de una elegante figura, el insomnio por la esperanza de un encuentro, el poder de unas pocas palabras y de las miradas.

Pero estos cortesanos no tenían ninguna intención de combinar esas emociones con la realidad paralela de formar una familia, ni siquiera pretendían tener relaciones sexuales con aquellos a quienes amaban apasionadamente.

Los libertinos conocían muy bien el placer de quitarle la ropa a otro...

pero no tenía que ser a su pareja.

Los libertinos de principios del siglo XVIII en París, por su parte, estaban muy familiarizados con el repertorio emocional del sexo: el placer de desabrochar las prendas de otra persona por primera vez, la emoción de explorarse el uno al otro a la luz de las velas, la emoción de seducir a alguien en secreto en una misa. Sin embargo, estos eróticos aventureros sabían que sus placeres tenían muy poco que ver con sentar las bases de un compañerismo o con criar una tropa de niños.

Y el impulso de vivir en pequeños grupos familiares, donde crezca la próxima generación, ha acompañado a la mayor parte de la humanidad desde los primeros días en que caminamos sobre dos piernas en el Valle del Rift en África Oriental.

No obstante, muy rara vez eso llevó a la gente a pensar que tal vez la tarea de criar una familia estaría incompleta sin el ardiente instinto sexual o el deseo frecuente de ver a la pareja.

La incompatibilidad, o al menos en la independencia, de los lados romántico, sexual y familiar de la vida, se consideraba una característica sencilla y universal de la edad adulta hasta que, a mediados del siglo XVIII, en los países más prósperos de Europa, un nuevo y extraordinario ideal comenzó a tomar forma en un sector particular de la sociedad: amarse, desearse y reproducirse con una sola persona.

Un nuevo ideal Como ilustra la novela Amistades Peligrosas, en el siglo XVIII, para los aristócratas, el sexo, el amor y el hogar no eran lo mismo.

Este ideal propuso que las personas casadas deberían no sólo tolerarse mutuamente por el bien de los niños, sino que, extraordinariamente, deberían también esforzarse en amar y desear profundamente a la pareja.

Debían manifestar en sus relaciones el mismo tipo de energía romántica como los trovadores habían mostrado por sus cortesanas y el mismo entusiasmo sexual como el que había sido explorado por los eróticos conocedores de la Francia aristocrática.

El nuevo ideal le planteó al mundo la noción de que uno podía satisfacer todas sus necesidades con solo la ayuda de la otra persona.

Este ideal de matrimonio fue abrumadoramente creado y respaldado por una clase económica específica: la burguesía, cuyo equilibrio entre libertad y restricción reflejaba fielmente.

Con poco de dinero, la burguesía y los comerciantes podrían elevar sus expectativas y esperar más de una pareja, que simplemente compañía para sobrevivir en invierno.

fuente expreso.com.mx

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